
La escultura de Clara Ferrer Serrano
Entre otras peculiaridades que el medio cultural de Córdoba puede ofrecer, no es la menos singular la de albergar la labor de algunos artistas plásticos que, pese a contarse entre los más puros y genuinos exponentes de su actividad, permanecen poco menos que ignorados por el público, acaso por una obstinada vocación de anonimato o por un íntimo recato frente a un mundo estentóreo y gesticulante.
El año pasado tuvimos el privilegio de poder acceder a la labor de uno de esos artistas, la escultora Clara Ferrer Serrano. A través de una exposición de sus obras. Privilegio porque no es frecuente poder encontrarse con un conjunto de obras en las que tan rica carga de humanidad aparezca vertida a la escultura con tan sabia frescura y aparente facilidad. Privilegio también para el público de Córdoba porque, dada la renuncia de “Chicha” Ferrer a exponer su obra, se nos ocurre improbable que, no obstante su jerarquía, aquella muestra trascienda los límites de nuestra ciudad por muy lamentable que ello sea.
El conjunto consta de dieciséis piezas fechadas entre 1950 y 1980, lapso prolongado en el que se advierte un extenso paréntesis, pero que sirve para valorar la continuidad de una concepción de la escultura basada en un modelado directo y vibrante que otorga al tratamiento de las superficies tanto como a la adecuada distribución de las masas la más alta función expresiva.
Es una escultora de “la materia” entendida como la resultante de la manipulación – entre caso la hacine dilecta de los dedos o alguna herramienta sobre la arcilla – . En el caso del escultor tallista la materia es casi siempre sinónimo del material. Tal o cual grano o color de la piedra, tal o cual atributo de determinada madera, asumen allí una suerte de valor “tímbrico”. La “materia” del escultor modelador surge de una superficie elaborada con cierto pulso, en función expresiva. El impulso energético del artista actuando sobre la arcilla en transposición vital, parece impregnar las superficies y penetrar las formas.
“Chicha” Ferrer no se rige por una estética “a priori”. Hay indudablemente conocimiento, estudio y maestría técnica, pero no encasillamiento. Utilizará una modalidad “impresionista”( El descanso, 1945), llegará en casos a la exacerbación gestual o formal propia del “expresionismo” (Las adolescentes), sus formas serán más sueltas o más ceñidas a una estructura compositiva pero, en cada caso, para traducir un particular estado de espíritu, un sentimiento que emerge de una confrontación lúcida con el mundo y de una intención profunda de aproximar el hombre al
hombre.
Podemos llamar “abierta” a esta manera de resolver la escultura. Es “abierta” formalmente en la medida que las superficies así tratadas interactúan con la luz, ya absorbiendo en texturas fuertes e irregulares, ya reflejando en zonas lisas y tersas, rompiendo así, la continuidad del límite. Es también “abierta” en la articulación de los volúmenes en su alteración de convexidad y concavidad, de lleno y huecos, “abierta” la trama de sus líneas de fuerza que comentan la masa con el espacio en torno proyectándose hacia afuera o trayéndolo hacia su núcleo.
Pero no abarcamos lo obra si nos detenemos en caracterizar sus aspectos formales o técnicos, “vocabulario” y “sintaxis” al servicio de “oraciones” bellamente construidas, sí , pero fundamentalmente significantes. También en este aspecto “abierta” porque no se trata de un mensaje unívoco. Porque exige del espectador una aproximación activa, una capacidad de comunión, más que de comunicación. Sólo así cada cual completará el hecho plástico con libertad pero impregnado a su vez del poder significarte impreso en ánimo cifrados en líneas, volúmenes, superficies.
Obras de apariencia vital y espontánea pero nunca improvisada o casual. Fruto en sacón lentamente madurado, nutrido por las raíces más profundas de una vida sin concesiones.
Para quienes conocimos a Clara Ferrer Serrano en la época ya distante de la Academia de Bellas Artes. Para quienes supimos de su tempranamente manifiesta capacidad creadora como de su inalterable confianza en la dignidad del hombre, aquella exposición implicó un reencuentro estimulante y auspicioso. Quien escribe estas líneas, cuyo oficio obviamente no es escribir, ha accedido a hacerlo solamente por la presunción de que su lectura pueda inducir a tomar contacto con estas obras cuya calidad de modelado y profundidad expresiva las colocan entre las de más alto nivel de su género.

Una mujer que vivió la experiencia del arte
Esposa de Antonio Pedone, la artista cordobesa recientemente fallecida se destacó en el campo de la escultura, ámbito difícil para una mujer en los años ’40. Autora de una obra audaz para su época y su entorno, Clara Ferrer Serrano fue mucho más que la esposa de un gran artista, Antonio Pedone. Claro, ella también fue una grande, sólo que era mujer. “Chicha” como la llamaban todos, murió el pasado martes, en su casa de Argüello, a causa de un cáncer que padecía desde hace mucho tiempo. A los 86 años todavía dibujaba, aunque había abandonado la escultura por una fuerte molestia que tenía en las manos.
A partir del relato de quienes la reconocieron, es posible reconstruir un retrato de lo que fue esta escultora, quien junto con Ella May Leach (también fallecida, esposa de Roberto Muss) o Josefina Cangiano forma parte de una generación de artistas que no logró el máximo reconocimiento pese a la altura de su trabajo artístico.
Una semblanza sobre su vida es la que acercan quienes conocieron a Clara Ferrer Serrano, nacida en Córdoba el 10 de abril de 1916. “Comenzó con el dibujo , pero a pronto de empezar se dio cuenta de que lo suyo era la escultura “, afirma Rafael Ferraro, ex director del Museo Caraffa y uno de los más íntimos amigos de la artista . “La obra era parte de su vida -cuenta-, tanto como sus plantas, los perros, los pájaros y las infaltables tertulias con sus amigos”.
Juan Manuel, sobrino de Ferrer Serrano, destaca su perfil social. “Si bien profesó un compromiso militante de transformación social, no se dejó abrazar por la moral puritana y restrictiva que dominaba buena parte de la militancia del momento -afirma-. Menos aún comulgó con las convenciones establecidas de la Córdoba de los ’30 y en particular con el lugar doméstico asignado a las mujeres”.
“En la década del ’50 conoció al escultor Horacio Juárez, de quien fue discípula y amiga. Por esa época, su producción plástica es intensa, plasmándose en diferentes dibujos, estudios y esbozos, que luego se convirtieron en figuras, volúmenes y cuerpos, de arcilla o yeso; muchas de estas piezas, con posterioridad, culminaron en el arduo proceso del horno, el vaciado o la fundición”.
Espíritu libre
Los recuerdos sobre “Chicha” Ferrer Serrano hablan de una mujer especial. “Realizaba sus esculturas sin ayudante y tenía una habilidad extraordinaria, sabía cuando debía terminar la obra”, comenta Ferraro.
Su escultura acentúa los rasgos expresivos de la materia en un modelado en cemento que ejecutaba con los dedos. Moderna para las tendencias que dominaban en la ciudad entonces, en Ferrer Serrano cobra vida “el desarrollo progresivo del gesto”, como decía Rodin.
Susana Avalos Ferrer, sobrina de la artista y única heredera, cuenta que su temperamento estético era bien diferente al de Pedone, con quien se casó ya de grande (no tuvieron hijos). Avalos Ferrer recuerda a su tía como una feminista que luchó por el voto de la mujer, que andaba en moto y usaba pantalones, mantuvo una personalidad voluntariosa aun durante su enfermedad ( “costaba llevarla al médico” cuentan), y en su casa se desenvolvía sola. Incluso murió en su casa como ella deseaba.
Jorge Beltrán definió fielmente su espíritu libre cuando escribió que su obra transmite una expresión del hombre no encapsulada, sino del hombre como aventura, manifiesto de una personalidad transgresora. En su época, ser mujer y escultora no le habría sido fácil. Clara Ferrer Serrano solía repetir una frase que sintetiza su ideal. “A las experiencias hay que agotarlas”, decía.
Escultora de primer nivel
Clara Ferrer Serrano no pasó inadvertida para los círculos académicos de su época. En 1949 recibió el premio Rosa Galisteo en la 26° Salón Anual de Santa Fe; la cuarta mención honorífica en el 45° Salón Nacional de Artes Plásticas; el premio adquisición y escultura en el 37° Salón de Rosario. En 1959 fue beneficiada con el segundo premio adquisición en el Salón de Córdoba. Y este no es un dato menor, si se tiene en cuenta con quienes competía en ese momento. En ese Salón, Ricardo Musso recibió el premio de honor, Horacio Juárez el gran premio y Líbero Badii el primer premio; ella, el segundo.
Chicha Ferrer Serrano había egresado de la Escuela Provincial de Bellas Artes Figueroa Alcorta en 1944 donde ejerció la docencia durante 10 años. Hizo pocas exposiciones individuales, aunque en galerías de prestigio, como las desaparecidas Delacroix (1952), Paideia (1954) y Gutiérrez y Aguaad de Córdoba (en 1980).
Varias instituciones tienen obras de Clara Ferrer Serrano en sus colecciones. Es el caso del Museo Caraffa, donde está el busto de Pedone y una obra titulada “La Alianza”. En el museo del Banco de Córdoba está “Mi perro”. El Jockey también resguarda gran cantidad bustos que la artista hizo a los miembros directivos (como el retrato de Elías Yofre, que fue confinado en su momento por las autoridades y que actualmente ha sido revalorizado). También los museos Castagnino y Rosa Galisteo tienen piezas de su autoría.
Escultura de Clara Ferrer Serrano
No es corriente entre nosotros que la escultura nos diga algo. Lo habitual es que el yeso, la piedra o el bronce no logren superar su frialdad de materia inexpresiva. Pero esta exposición de la joven escultora cordobesa Clara Ferrer Serrano constituye una significativa excepción.
Un estremecimiento humano, una sugestión poética de penetrante espiritualidad se desprende de estos hermosos yesos -figura y cabezas- que exhibe en la galería Antígona. Tal vez pueda objetarse a estos trabajos una fisonomía en que se advierte, a veces de manera bastante categórica, la gravitación de Horacio Juárez, su maestro. Pero ¿quién no da sus primeros pasos de la mano de alguien? Lo importante en esta artista, en lo que nos revelan estas obras suyas, es la presencia de una personalidad en que lo espiritual y lo técnico se conjugan, en que el mensaje -usemos la manoseada palabra- halla en la escultura, para servirlo, un valioso registro de recursos expresivos.
El arte despoja, desnuda esas formas, las reduce a lo que tienen, estructuralmente, de significativo y las organiza en totalidades, en unidades plásticas, de impecable y asentada arquitectura. Pero, parejamente a esta validez escultórica que llamaremos fundamental -la de la forma resuelta como plasticidad y como arquitectura- la obra de Clara Ferrer Serrano presenta aún otras particularidades positivas.
Una de ellas es la consecuencia de su preocupación de las superficies sensibles, morosamente elaboradas a la manera de la escultura impresionista. Otra es su expresión humana, de alcances incluso psicológicos, que logra sus más altos niveles de comunicabilidad y sugestión en algunas de sus cabezas y en este o aquel movimiento de los que animan sus figuras.
Clara Ferrer Serrano, en una palabra, es una artista bien dotada. Lo demuestra esta exposición suya, la primera que tenemos oportunidad de considerar y que importa, si el trabajo sostenido acompaña la excelencia de sus facultades y sus aptitudes, la implicancia de valiosas cosechas futuras.

